Notas y Publicaciones

LÍMITES: ¿Mucho, poquito o nada?

Vamos a intentar transmitir algunas reflexiones acerca de lo que actualmente se denominan “los límites” en relación con la crianza de los hijos.

 

Padres, maestros, abuelos y pediatras hablan de los límites y de su falta o exceso, sugiriendo distintas dosis de éstos de acuerdo con situaciones que plantean una pulseada entre el adulto y el niño.

 

¿Cuáles son los modos de poner límites? ¿Los límites son necesarios? ¿Producen frustración? Estos y muchos otros son interrogantes planteados en la consulta por un niño con dificultades, más allá del síntoma que presente.

 

Pero en definitiva, ¿Qué son los límites? Hablar de un límite plantea la idea de un tope, a la vez que indica una dirección y una orientación.

 

En su libro “Hay límites que matan”, el psicoanalista Claudio Jonas plantea un interesante aporte, que compartimos. Habla de tres tipos de límites, que se relacionan entre sí y se recrean durante el crecimiento.

 

1) Límites como espacios diferenciados; se refiere al proceso por el cual el bebé, a través de los cuidados maternos se irá constituyendo como un ser único. Se trata de construirse un espacio psíquico, reconociéndolo desde muy temprano en sus diferencias, aceptando sus ritmos y gustos. En la medida en que puedan respetarse sus particularidades, él va a ir incorporando a los demás con sus necesidades, deseos y posibilidades.

 

2) Límites como metas o fines: hay necesidades que, si no son satisfechas, plantean al niño un aumento de tensión que, en los primeros años de vida necesita de la intervención del adulto para poder ser aliviada. Aquí opera la capacidad de la mamá para aceptar o no los requerimientos del niño, que van más allá de la alimentación y el abrigo. En la medida en que se complica el aparato psíquico por el proceso de crecimiento, la agresividad, la tristeza y la sexualidad requieren ser aceptadas por el adulto para ayudar al niño en su procesamiento.

 

3) Límites como obstáculos; se relaciona con el establecimiento de un reto o una palabra que impidan que el niño vaya más allá. Esta es tal vez la forma más conocida de poner límites (“esto no se dice”, “esto no se hace”, “esto no se toca”), aunque no es la única. Si bien es necesaria en los distintos momentos del crecimiento, su utilización estereotipada y muchas veces arbitraria, la pueden volver ineficaz.

 

Los límites son necesarios y beneficiosos, tanto para quien los recibe como para quien los pone, ya que plantean una posición desde la cual alguien se podrá decir padre y alguien niño, sin que esto implique una relación de sometimiento de uno al otro (situación observada con frecuencia en las consultas).

 

Los límites serían la instrumentación práctica de una norma de convivencia, y como tales son posibilitadores, aunque en algunos momentos aparezca cierto grado de frustración, ésta puede funcionar motorizando el crecimiento. Si bien son necesarios, esto no implica que los niños sean conscientes de ello, sino que lo irán aprendiendo con el tiempo.

 

Es necesario que los adultos acepten que ellos mismos tienen límites y aprendan a aceptar los de otros, teniendo en cuenta que ese otro, a veces, puede ser su propio hijo.

 

 

Lic. Miriam Britez Ibarra
Lic. Leticia Polakoff

Centro de Psicología Clínica, Laboral y Forense

 

 

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